“Qué extraña escena
describes y qué extraños prisioneros, son iguales a nosotros”.
Platón.
Ahora que no vivo con los míos y debo interactuar con gente de distintas
culturas, creencias y razas recuerdo las ideas preconcebidas con las que crecí
acerca de los otros: los de otra religión, otra cultura, otro país; otros con los que he tenido un real
acercamiento luego de un año de vivir fuera de lo conocido. Lo que sabía de ellos antes eran sólo prejuicios.
Quiero hablar específicamente de la cultura
musulmana, con la que he tenido la experiencia afortunada hasta ahora de compartir y
conocer y aunque ha sido etiquetada comúnmente de peligrosa, sólo por ser diferente, quiero contarles que
para mí esos extraños personajes son
iguales a nosotros.
Por más que pienso no encuentro esas enormes
diferencias que en mi contexto aprendí habían entre ellos y nosotros. Por el
contrario, descubro que esos de extraña
religión y cultura son más parecidos a
nosotros de lo que nos gustaría admitir, porque incluso históricamente hemos
tenido mucho que ver ya que ellos
invadieron España antes de que esta nos invadiera a nosotros. Al mezclarnos
con españoles también nos quedó una herencia de medio oriente, que se puede observar por ejemplo en las muchas palabras comunes de nuestros lenguajes.
Hace casi un año, salgo con un chico turco,
que definitivamente no es árabe y no necesariamente musulmán. Turcos hay muchos
en Alemania, es más podría decir que en Alemania lo que no se encuentra tanto
son alemanes porque en la actualidad es un país en el que vivimos gentes de
todos los tipos de los que en el mundo puede haber y los hay de muchos.
Entonces desde aquí debemos romper el primer
estereotipo de que son los arios los únicos que habitan el país germano y
partiendo de este contexto, no es sorprende estar en interacción con tan “exóticas”
culturas.
La
calidez, el gusto por la gente y la sonrisa pronta de estos “exóticos”, se
asemeja más al carácter latino que el de los mismos alemanes, con los que nos
gustaría por nuestra herencia colonial tener más en común pero la verdad es que
estamos muy lejos de ellos. Pero en cambio esa gente ruidosa, sociable y amable
de oriente me recuerdan en el trato a
uno de los míos a diferencia de tratar con un alemán; una interacción difícil de
entablar y más aún de continuar.
Y esto a simple vista. Ya pasando a temas más delicados como las
costumbres y la religión, no me he sentido agredida de ninguna manera, durante mi relacion, ha
sido él, el primitivo, el extremista, el musulmán; más respetuoso que yo con las
diferencias culturales que hay entre nosotros. Porque de vez en cuando vienen a
mi mente los perjuicios aprendidos con los que miramos a los musulmanes,
perjuicios que ellos curiosamente no tienen hacia nosotros. Y por estas erróneas creencias soy yo la que
me veo convertida en esa persona intolerante, que en defensa de sus valores
culturales ataca lo que no reconoce como igual y no acepta ninguna convivencia
con la diferencia. Lo que tanto señalamos en ellos, es lo que hacemos al poner
una etiqueta de distinto, que sólo refleja la inseguridad a que lo diferente
nos dañe, nos toque, nos abra el mundo y enriquezca, como a mí me ha pasado.
Y ¿dónde está la diferencia? Insisto. No la
veo en la práctica. Descubro al acercarme a pesar de religiones y países
distintos que en nuestra naturaleza humana no hay diferencia. Tenemos los
mismos sueños, necesidades y temores. Un
corazón humano que teme pero lucha, que duda pero cree, en Alá o Jesús pero aun cree.
Y además tenemos en común que ocupamos el
mismo lugar en el mundo. Venimos de países en desarrollo con similares
problemas, generalizados por las potencias como terroristas o narcoterroristas,
da igual el adjetivo porque tiene el mismo propósito: mantenernos marginados para garantizar su poder. Somos culturas subestimadas y obligadas al
desarrollo. Somos esos extraños
prisioneros, iguales entre sí.
Este es un llamado a la tolerancia y el respeto, a no prejuzgar antes de conocer de cerca, porque tal eso que nos parece tan extrano nos refleja como un espejo.
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